jueves, 12 de junio de 2008

JABALÍ: EL GUERRERO DEL BOSQUE

Hablar del jabalí, es hablar de fuerza, valentía y poder.


El jabalí (sus scrofa) pertenece a la amplia familia de los Suídos, repartida por los 5 continentes, con polimorfismos entre sus distintos medios que han terminado su adaptación y aclimatación al medio.


Pero volviendo a los que nosotros podríamos denominar como “ cochino de campo”, no es más que un hermano silvestre de nuestro pariente el cerdo doméstico, eso sí, con numerosas variaciones que la naturaleza ha ido moldeando en su evolución. Su estampa, la de los grandes machos o verracos, es la de un gladiador, la de un luchador nato, todo un prodigio de la estampa viril. Su robusta y voluminosa cabeza se continúa con un corto pero poderoso cuello, que da paso a un sólido cuerpo cónico terminado en un pequeño y peludo rabo y apoyado sobre dos patas traseras, más bajas que las delanteras, que lo capacitan para un mayor empuje y potencia hacia delante.


Es la imagen de un guerrero, que no en vano, va armado con unos largos y afilados colmillos que pueden llegar a medir 22 cm de largo y que en el argot de cazadores, monteros y demás hombres de campo han sido acuñadas como “navajas”. También junto a estas temibles armas, una boca provista de 6 incisivos y 8 premorales. Su cuerpo está cubierto de un denso pelaje formado por recias cerdas superpuestas en su parte dorsal y que en los momentos de excitación se convierten en finas púas largas y erectas. Es un animal con una óptica muy deficiente lo que ha hecho que la evolución lo haya dotado de un finísimo oído y un excelente olfato. Su largo hocico desprovisto de borra por sus numerosas inclusiones en el suelo, termina en un jeta con unas fosas nasales sensibles y móviles. De igual modo ocurre con sus orejas, largas y semi-móviles, que le capacitan a este guerrero para la supervivencia en la angosta y hostil espesura del monte mediterráneo.


Es un animal de hábitos alimenticios nocturnos exclusivamente, a pesar de que en raras ocasiones se les haya visto deambular a la luz del día por el espeso matorral. Su menú lo componen un variado número de alimentos, ya que puede comer desde simples brotes o plántulas, hasta carroña y conejos, no desperdiciando setas, bulbos, raíces, musgos, líquenes, insectos, bellotas, frutos silvestres, reptiles, micromamíferos, etc. Esta extensa despensa de alimentos delatan su acusado omnivorismo, siendo capaz de llegarse a la boca cualquier sustancia orgánica viva o muerta. Su consecuente omnivorismo ha hecho que estos animales se acerquen a los vertederos urbanos para saciar su hambre con los detritos orgánicos de los humanos, siendo los jabalíes clientes habituales de los basureros.


El jabalí, al igual que el cerdo doméstico “tiene la cruz” de que debe estar siempre en contacto de una u otra forma con el agua, ya que estos animales carecen de glándulas sudoríparas que protejan su piel. Para ello, utilizan sus charcas o “bañas” donde se revuelcan de forma periódica para mantener una protección y una humedad en su piel. A su vez, estos baños de barro y lodo sirven al jabalí para desparasitarse de todos aquellos inquilinos ajenos a su voluntad.
Baña de jabalíes


A pesar de lo que muchos piensan, el jabalí es un animal tímido, aunque de carácter fuerte. Aunque se ha cuestionado muchas veces si los jabalíes son agresivos por naturaleza, yo dudo que utilicen esas poderosas defensas de las que he hablado antes a menos que se sientan amenazados, acorralados, heridos o en periodos nupciales. Y aunque su aspecto nos recuerde a los míticos monstruos de cabezas y cuerpos deformados por su increíble fiereza y maldad, nunca luchará a no ser que las condiciones las requieran. Como cualquier animal, incluido el Hombre, tiende a defender su territorio y a los suyos siempre que éste o éstos se vean amenazados. Un jabalí a pesar de su robusta anatomía, primero huye y, en el caso de que la huída no fructificara, después plantará cara a todo aquel que medie en su camino…

Grabación con un móvil de un Jabalí macho



©Emilio J. Orovengua